
Hasta su morada en el extranjero habían arribado las palabras que aseguraban que las cosas en México eran ahora distintas, pues sus autoridades no eran iguales a las de antes, hecho cuya veracidad pronto comprobó en la frontera norte…
Pese a los muchos años que llevaba encima, este adulto mayor de complexión gruesa se vio de nuevo obligado a viajar. Como si fuera poco cargar con tanta edad y kilos, su travesía anual la realizaba disfrazado con un traje que sólo en esta época del año abandonaba la categoría de “ridículo” para incorporarse a la de “tradicional”.
Hasta su morada en el extranjero habían arribado las palabras que aseguraban que las cosas en México eran ahora distintas, pues sus autoridades no eran iguales a las de antes, hecho cuya veracidad pronto comprobó en la frontera norte.
Tenían razón: los mandos militares habían cambiado, una nueva generación de delincuentes se sumaba al comité de recepción de los viajeros y había un recién nombrado jefe de aduanas. Hasta las cuotas sin necesidad de recibo eran distintas, pues se adecuaban a la inflación.
No fue sorprendido: llevaba efectivo bien identificado en una de las bolsas de su estrafalario atuendo y, por si se ofrecía, traía algunos regalos baratos dentro de envolturas caras. Con mentalidad positiva, en lugar de ver una serie de asaltos prefirió considerar el trato recibido en la línea fronteriza como la bienvenida oficial a la cultura mexicana.
“Esto es tradición, no corrupción”, pensó y luego le fue imposible contener sonoro “¡Jo, jo, jo, jo!”. Ingresó así a Tijuana, el primer lugar para hacer sus entregas.
Por alguna razón que conviene clasificar como “desconocida”, se le vio recorrer varias veces la avenida Revolución, mientras que a los miles de niños migrantes que estaban en la ribera mexicana del río Bravo apenas alcanzó a lanzarles cacahuates y galletas de animalitos. Sus malquerientes dijeron que de alguna parte venía ya muy gastado, aunque luego, ya fuera por arte de magia o proveedores chinos, llenó de nuevo con presentes su vehículo y siguió su recorrido, eso sí, a toda prisa, motivado por su legítima aspiración de conservar la vida y deseo de evitar el reclamo que muchas mentes inocentes le hacían cada vez que visitaba México: “¿Te dejas sobornar? ¿Eres un inútil o, de plano, no sabes leer?”.
De esa forma millones de infantes de los barrios bajos mostraban su inconformidad por la equivocación que suponían, una y mil veces, premiaba a niños que se portaban mal y vivían en el seno de familias pudientes. Su decisión fue la de siempre: asumir el costo de ser estigmatizado, antes que responder con la verdad y poner en entredicho el sistema económico que le daba empleo.
“¡Zooooooooooommmmmmmmm!”, alcanzó a escuchar las aspas que rasgaban el aire cercano, lo que instintivamente hizo que modificara el rumbo de su vehículo, de manera tan brusca que provocó que más de uno de los cargadores que había reclutado en la carretera se rompiera la boca.
No tuvo más remedio: hacía eso o era bombardeado por una flotilla de drones que sobrevolaba el occidente del país. Sin querer emular al protagonista del corrido de “El caballo blanco”, continuó su marcha, no sin antes desocupar espacio en su vehículo dejando en el área regalos programados para otro sitio, y asumir que voluntariamente realizaba su buena obra del día, aceptando el traslado de un paquete destinado a ciertos centros de esparcimiento de la siguiente zona metropolitana que encontraría en su ruta.
Estoico, siguió adelante pese a la sed de todos los viajantes, pues al pasar por La Laguna de Coahuila y Durango optó por no arriesgarlos consumiendo arsénico y, además, rechazó la concesión de agua “entre amigos” que le ofreció un funcionario.
Mil peripecias adicionales surgieron en su recorrido en la república mexicana, que más adelante podrán ser detalladas, empero, existe algo que debe saber hoy el lector, de cuya infancia dependerá el grado del impacto que en él tendrá el siguiente anuncio:
Este fue el último viaje. Su cabeza fue remitida a la Casa Blanca, en Washington, por medio del Servicio Postal Mexicano, llegando cuatro años después, justo un día antes de la finalización del periodo de Donald Trump, cuya reacción precisa se desconoce, pero que se cree aceptó el envío como una muestra de la buena voluntad del gobierno mexicano para combatir el tráfico ilegal de productos chinos.
La Guardia Nacional evitó distraerse con una nueva masacre por disputas territoriales en Chiapas y los cientos de desplazados que huían de las zonas de conflicto, por lo que disparó con precisión al hombre que disfrazado de Santa Clos pretendió burlar un puesto de control. Unos consideraron que esa fue una misión cumplida, otros creyeron que se trató de una desgracia.
Todos coincidieron en que ni el comercio chino ni la tradición navideña terminarían.
¡Muy bueno!
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